TRAMA Y URDIMBRE
Trama y Urdimbre
Fabulaban los antiguos griegos con la existencia de unas figuras femeninas en el cielo que, desde allí, controlaban el delicado hilo del destino de los seres humanos. Tenían estas peculiares hilanderas un aspecto tan enjuto y siniestro que eran temidas hasta por los mismos dioses. Hilando y deshilando acuchillaban el tiempo mientras, con impredecible capricho, jugueteaban con la vida de los hombres. Contrariando a esta antigua tradición, la silenciosa parca que propone Alicia Martín es algo diferente. No hay nada oscuro en ella. Su voluptuosidad parece brotar desde las más profundas entrañas de la Tierra y se deja acariciar por la cálida luz otoñal que, juguetona y suave, se desliza por sus sensuales curvas y contracurvas. Mientras devana estos ovillos inocentes, los movimientos de sus manos aletean sin pausa en el espacio. No hay agitación, no hay aspavientos, ni arrebatos, solo ese ritmo obsesivo con el que lía la hebra, vuelta tras vuelta, entre sus hipnóticos senos. Parece así que la artista nos invita a no convertir la vida en una espera estéril y resignada. No hay días y noches suficientes para más duelos ni quebrantos, ni para el melancólico regodeo en la superficie iridiscente de las pompas de jabón. Alicia Martín antepone el camino a la meta. Propone recorrerlo con los ojos bien abiertos y la piel erizada para dentro. No desfallecer dejando huella, tatuando recuerdos en otras manos, en otros cuerpos, sembrando cada amanecer con una nueva idea, entreverando de emociones y sentimientos cada paso, cada gesto. Si aceptamos que esta parca luminosa hilvane a su antojo el hilo de nuestro destino, no hay razón para dejar de crear antes de que todo se desvanezca, aunque sepamos que la huella que el pie húmedo deja sobre la arena, con una ola revoltosa, el mar terminará borrándola para siempre.
Gonzalo M. Pavés
PERDIDOS, SIN PARAÍSO
SIMBIOSIS
Simbiosis nos habla del nexo entre naturaleza y hombre, existe un diálogo permanente que quiere mostrar ese vínculo en ocasiones destruido, olvidado por una avalancha de circunstancias que ha empujado al hombre a despojarse de todo aquello que era inherente a él. Un mundo que se nos muestra hostil, irreconocible, sin rumbo, pero un mundo construido y destruido por el hombre. Existe un anhelo de volver a ese equilibrio con el mundo, un reencuentro apacible, quizás utópico, en el que se conjugue el diálogo, el respeto por todo aquello que nos arropa y nos ofrece la vida
Simbiosis nos lleva a la reflexión y, a la vez, nos envuelve con una mirada cargada de sensaciones, donde convergen colores, impresiones que nos trasladan a observar el entorno, la isla, el territorio, el mundo.
Tierra y piel se funden, y aclaman un espacio donde respirar, donde el silencio deje atrás el ruido imparable de la cuidad que no duerme. Conexión y destrucción residen perennes en un continuo bucle que se repite infatigable desde el origen del mundo.
Aire, luz, tierra, mar tienden sus alas en una constante batalla contra el pisoteo continuo del hombre y su alardeo perseverante de ir más allá a toda costa. ¿Pero, ir a dónde?.
El hombre navega, quizás sin conocer los peligros de alta mar, los naufragios, las tormentas, los arrecifes, las profundidades… Queriendo alcanzar un puerto seguro donde la calma permanezca, pero es el viaje la constante de su existencia, un viaje quizás sin retorno, un viaje dominado por el timón del poder que destruye arrecifes a su paso, contamina mares, extermina y aniquila, si es preciso, cualquier obstáculo para llenar las arcas del poder sin calcular la magnitud de su demoledor combate.
Retenidos en una espiral que no cesa, rastreamos senderos donde se respire aire puro, construimos pequeños paraísos, jardines que nos salvan de la gran urbe. No podemos huir de la espiral, y construimos refugios rodeados de jardines, buscando siempre una conexión con la tierra, emulando el paraíso, aferrándonos a cualquier vía de escape que nos traslade por unos instantes. ¿Por qué huir al paraíso? ¿Dónde está el paraíso?
Vagamos entre Paraísos simulados, ilusorios, para llenarnos de luz en un mundo hostil y resquebrajado. Construimos y destruimos en una sucesiva marea humana absurda y contradictoria.
Alicia Martín 2012
Simbiosis nos lleva a la reflexión y, a la vez, nos envuelve con una mirada cargada de sensaciones, donde convergen colores, impresiones que nos trasladan a observar el entorno, la isla, el territorio, el mundo.
Tierra y piel se funden, y aclaman un espacio donde respirar, donde el silencio deje atrás el ruido imparable de la cuidad que no duerme. Conexión y destrucción residen perennes en un continuo bucle que se repite infatigable desde el origen del mundo.
Aire, luz, tierra, mar tienden sus alas en una constante batalla contra el pisoteo continuo del hombre y su alardeo perseverante de ir más allá a toda costa. ¿Pero, ir a dónde?.
El hombre navega, quizás sin conocer los peligros de alta mar, los naufragios, las tormentas, los arrecifes, las profundidades… Queriendo alcanzar un puerto seguro donde la calma permanezca, pero es el viaje la constante de su existencia, un viaje quizás sin retorno, un viaje dominado por el timón del poder que destruye arrecifes a su paso, contamina mares, extermina y aniquila, si es preciso, cualquier obstáculo para llenar las arcas del poder sin calcular la magnitud de su demoledor combate.
Retenidos en una espiral que no cesa, rastreamos senderos donde se respire aire puro, construimos pequeños paraísos, jardines que nos salvan de la gran urbe. No podemos huir de la espiral, y construimos refugios rodeados de jardines, buscando siempre una conexión con la tierra, emulando el paraíso, aferrándonos a cualquier vía de escape que nos traslade por unos instantes. ¿Por qué huir al paraíso? ¿Dónde está el paraíso?
Vagamos entre Paraísos simulados, ilusorios, para llenarnos de luz en un mundo hostil y resquebrajado. Construimos y destruimos en una sucesiva marea humana absurda y contradictoria.
Alicia Martín 2012
PERDIDOS, SIN PARAÍSO
OFELIA SIGLO XXI
Y ahí estaba Ofelia… flotando con sus pulmones llenos de agua, movida por las ondas, entre las flores raras de un presente desquiciado que nunca llegaría a entender. “Las ropas, huecas y extendidas, la llevaron un rato sobre las aguas, semejante a una sirena”, según lo describe La Reina. Su cadáver no es sino un nenúfar más, un loto híbrido, un resto de basura a la deriva diciendo algo de la vida pasada. Que Alicia Martín Fernández haya reparado en esta figura llena de simbolismo (la víctima inútil; el personaje protoromántico por excelencia; la belleza inocente; la mujer como fuerza transfiguradora de su entorno…), a la hora de articular su sutil comentario sobre la devastación del equilibrio entre lo natural y lo artificial, entre el hacer del hombre y su estar en el mundo, es un acierto pleno. Con él ha organizado un poderoso emblema contemporáneo de lo que el arte puede decir sobre las preocupaciones medioambientales de nuestro presente -tan urgentes-, lleno de extrañeza y melancolía. Y lo ha hecho instalándose en un territorio disciplinar de notable ambigüedad, algo que dota a la imagen de su inesperada potencia y la riqueza de sus posibles interpretaciones: a medio camino entre el cuadro viviente y la paráfrasis de la pintura, entre la retención fotográfica y la dinámica del vídeo, incluso tanteando los límites de la performance y su plano documental. Ofelia ha sido sacrificada en la tragedia para que los otros personajes –y con ellos también quienes los vemos desenvolverse en el escenario- tomen conciencia del drama que se cierne sobre todos. Pero el artista (Hamlet, lo mismo que Alicia Martín) no por ello va a renunciar a una categoría específica de su dominio: la belleza. “Sweets to the sweet: farewell”, dirá de nuevo La Reina para despedirla mientras arroja flores, restos de la vida, sobre su cuerpo inerte…
Óscar Alonso Molina [Madrid, diciembre de 2013]
Óscar Alonso Molina [Madrid, diciembre de 2013]