SOMBRAS DE LA IDENTIDAD
1. Hay un antes y un después del cuerpo. Una frontera que se corrige y destruye después para volver a un cero inicial. Hay también un mientras tanto dominado por la sombra. Se presenta amenazador y es ajeno a toda forma. Hay combates contra la forma. Y el deseo, aún dormido, está siempre al acecho.
2. Toda la historia actual del cuerpo es la de su demarcación, la de la red de marcas y signos que lo parcelan, para poder presentarlo después desde una supuesta unidad que olvida la sutura. Hay una segunda desnudez, un límite transitable para la literatura y el erotismo. Para la medicina, el cuerpo es el animal.
3. El arte no comienza con Narciso sino con el Minotauro. El vértigo asociado a las cavernas, el mito sobre la locura en el laberinto, las bacantes desmembradas en la danza nocturna, sugieren que el arte nace de la experiencia del límite, del dolor y nada tiene que ver con la serena representación de la identidad.
4. Los rituales de la identidad son siempre protectores. Todo lo extraño queda lejos y un confortable recorrido nos asocia felizmente a un lugar seguro. Nadie imagina lo frágil de esta ilusión. Las manos mismas, que llevan al límite el reconocimiento ciego del cuerpo, suspenden el viaje al descubrir su inutilidad.
5. El retrato, construido entre la máscara y la obsesión, ha mediado en el difícil ejercicio de los reconocimientos. Una larga historia de rituales, regida por la verdad de lo imposible y la ausencia. El desplazamiento onírico ha resuelto frecuentemente el espacio opaco de lo indecible. Frente a él salta el universo de signos que afirman unas veces al ser humano, otras veces sus sueños. Alicia Martín viaja entre uno y otro universo.
FRANCISCO JARAUTA
PARAÍSOS
La vida es un instante, cargada de emociones y sensaciones, de recuerdos que impregnan nuestra memoria. El milagro de nacer, aunque sea natural es a la vez tan sorprendente como preguntarnos por la propia existencia.
Esta serie está dedicada a la vida, a principio de todo, al instante en que somos.
Convergen al unísono trayectos que se hilan dentro de la misma madeja, la relación del hombre con la naturaleza y el nexo que los une. La naturaleza es el hilo que no se puede romper, el que nos une a la vida, de ahí que exista similitud en los procesos que la caracterizan como el nacimiento, en su caso, la polinización, la reproducción. El principio y el fin son parte de todo lo que nos rodea.
De ahí esta serie, de la reflexión entre principio y fin, de la belleza que rodea la vida y nos une a ella, de la identidad.
La mujer es el elemento que se repite una y otra vez para hablarnos de la sensualidad, de la belleza de la vida, de nuestra propia existencia, para recordarnos que somos luz.
La semilla es el punto de partida donde podremos apreciar la flor que crecerá lentamente, en un mundo hostil donde la prisa se impone en un sistema donde el capital es el que rige el mundo:las flores no pueden crecer.
Solo nos quedan pequeños refugios donde desplegar nuestra imaginación, nuestros sentidos.
Pequeñas reservas naturales donde contemplar la belleza del mundo, que sobreviven a las feroces garras del mercado, donde ya no tienen cabida los sueños, las flores, el silencio…
Sumidos en un caos misceláneo constante, donde la demagogia nos envuelve, donde los medios son un trampantojo que nos impide ver la esencia de las cosas. La existencia es sin duda inherente a la naturaleza.
Es así, de forma estoica como la madeja tiene un porqué y un espejo relata el discurso sempiterno de la identidad, abriendo una puerta al pensamiento, a la reflexión de nuestra propia existencia.
Alicia Martín
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Esta serie está dedicada a la vida, a principio de todo, al instante en que somos.
Convergen al unísono trayectos que se hilan dentro de la misma madeja, la relación del hombre con la naturaleza y el nexo que los une. La naturaleza es el hilo que no se puede romper, el que nos une a la vida, de ahí que exista similitud en los procesos que la caracterizan como el nacimiento, en su caso, la polinización, la reproducción. El principio y el fin son parte de todo lo que nos rodea.
De ahí esta serie, de la reflexión entre principio y fin, de la belleza que rodea la vida y nos une a ella, de la identidad.
La mujer es el elemento que se repite una y otra vez para hablarnos de la sensualidad, de la belleza de la vida, de nuestra propia existencia, para recordarnos que somos luz.
La semilla es el punto de partida donde podremos apreciar la flor que crecerá lentamente, en un mundo hostil donde la prisa se impone en un sistema donde el capital es el que rige el mundo:las flores no pueden crecer.
Solo nos quedan pequeños refugios donde desplegar nuestra imaginación, nuestros sentidos.
Pequeñas reservas naturales donde contemplar la belleza del mundo, que sobreviven a las feroces garras del mercado, donde ya no tienen cabida los sueños, las flores, el silencio…
Sumidos en un caos misceláneo constante, donde la demagogia nos envuelve, donde los medios son un trampantojo que nos impide ver la esencia de las cosas. La existencia es sin duda inherente a la naturaleza.
Es así, de forma estoica como la madeja tiene un porqué y un espejo relata el discurso sempiterno de la identidad, abriendo una puerta al pensamiento, a la reflexión de nuestra propia existencia.
Alicia Martín
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DE CUERPOS Y SECUENCIAS
Un cuerpo que aparece, se fragmenta, gira, se colorea, se rodea de objetos reconocibles, un cuerpo a veces de carnalidad casi tangible, otras el eco de un reflejo, un cuerpo sin rostro.
Se trata de un cuerpo que es a la vez secuencia de muchos, una suma de presencias posibles, de personajes que eluden sus máscaras. El supuesto autorretrato se multiplica desde la adopción de una aparente no-identidad hasta adquirir la condición de una identidad múltiple. Ese cuerpo se convierte en todos los cuerpos y en su carnalidad (casi tangible), o en su (casi) reflejo etéreo se transforma en instrumento que dialoga con objetos reales de vocación onírica.
El motivo principal se repite para crear una secuencia, una serie variable en el detalle de los elementos elegidos y que, al poseer su propio tempo, su propia cadencia, crea también un espacio propio desde el que articula su propuesta. La secuencia puede actuar como una metáfora de la cotidianeidad, con su carga intrínseca de (potencial) angustia. Sus esquemas regulares se convierten en anclajes sobre los que desarrollar sutiles variaciones, modificaciones de variado alcance. De la (potencial) angustia que acompaña a la acción vital cotidiana, con sus reiteraciones, sus elecciones y sus inevitables renuncias, se puede escapar en ocasiones mediante la celebración colorista de la misma. La cromática belleza de las series genera tal vez una ligera melancolía, pero probablemente se trate de una sensación surgida a posteriori de su génesis, de la huella de la nostalgia en dicha celebración. Lo cotidiano se convierte en material íntimo narrado; en recuerdo, al ser evocado.
Las resonancias de un posible impulso exhibicionista, corrijo, de un necesario impulso exhibicionista –cómo si no volcar la propia experiencia subjetiva en el molde de un objeto artístico-, se funden con la necesidad de comunicación presente en la mencionada, y elegida, condición de identidad múltiple. El discurso sensualista que late en la visión recurrente de un vientre y unos muslos erguidos, en un tronco colorido, en unos senos de perfil cambiante, adquiere, con la transformación del cuerpo sin rostro en la sugerencia de tantos cuerpos posibles, un matiz reflexivo sustentado precisamente en ese guiño a la pura existencia a través de la condición corporal, la cual constituye su representación esencial.
El cuerpo repetido, el cuerpo que es el mismo y que es distinto, se orienta hacia un contacto -visual o físico- con objetos, con imágenes que actúan como una metáfora de la realidad -vital y física- y se constituye en un vehículo para un mensaje carnal que es, al tiempo, el envoltorio que gradualmente desvela la intención de un discurso emocional.
Pompeyo Pérez Díaz
Se trata de un cuerpo que es a la vez secuencia de muchos, una suma de presencias posibles, de personajes que eluden sus máscaras. El supuesto autorretrato se multiplica desde la adopción de una aparente no-identidad hasta adquirir la condición de una identidad múltiple. Ese cuerpo se convierte en todos los cuerpos y en su carnalidad (casi tangible), o en su (casi) reflejo etéreo se transforma en instrumento que dialoga con objetos reales de vocación onírica.
El motivo principal se repite para crear una secuencia, una serie variable en el detalle de los elementos elegidos y que, al poseer su propio tempo, su propia cadencia, crea también un espacio propio desde el que articula su propuesta. La secuencia puede actuar como una metáfora de la cotidianeidad, con su carga intrínseca de (potencial) angustia. Sus esquemas regulares se convierten en anclajes sobre los que desarrollar sutiles variaciones, modificaciones de variado alcance. De la (potencial) angustia que acompaña a la acción vital cotidiana, con sus reiteraciones, sus elecciones y sus inevitables renuncias, se puede escapar en ocasiones mediante la celebración colorista de la misma. La cromática belleza de las series genera tal vez una ligera melancolía, pero probablemente se trate de una sensación surgida a posteriori de su génesis, de la huella de la nostalgia en dicha celebración. Lo cotidiano se convierte en material íntimo narrado; en recuerdo, al ser evocado.
Las resonancias de un posible impulso exhibicionista, corrijo, de un necesario impulso exhibicionista –cómo si no volcar la propia experiencia subjetiva en el molde de un objeto artístico-, se funden con la necesidad de comunicación presente en la mencionada, y elegida, condición de identidad múltiple. El discurso sensualista que late en la visión recurrente de un vientre y unos muslos erguidos, en un tronco colorido, en unos senos de perfil cambiante, adquiere, con la transformación del cuerpo sin rostro en la sugerencia de tantos cuerpos posibles, un matiz reflexivo sustentado precisamente en ese guiño a la pura existencia a través de la condición corporal, la cual constituye su representación esencial.
El cuerpo repetido, el cuerpo que es el mismo y que es distinto, se orienta hacia un contacto -visual o físico- con objetos, con imágenes que actúan como una metáfora de la realidad -vital y física- y se constituye en un vehículo para un mensaje carnal que es, al tiempo, el envoltorio que gradualmente desvela la intención de un discurso emocional.
Pompeyo Pérez Díaz